A la pregunta “¿Qué es la ciencia?” responde Gino Longo con la definición de Schumpeter (“Es ciencia cualquier tipo de conocimiento que haya sido objeto de esfuerzos conscientes para perfeccionarlo. Estos esfuerzos producen hábitos mentales -métodos o técnicas- y un dominio de los hechos descubiertos por esas técnicas.”), aunque a renglón seguido matice que se trata de una definición un tanto formal, superficial y tendente a refugiarse en el puro empirismo.
Estoy especialmente de acuerdo con el calificativo de superficial. Schumpeter no hace ninguna referencia a la realidad en su definición, lo que podría permitir que se consideraran como científicos conocimientos de tipo mágico-religioso (como por ejemplo la adivinación por lectura de hígados que practicaban los sacerdotes babilonios) o directamente falaces como la frenología o las teorías del diseño inteligente. Ciertamente todas ellas cumplen los requisitos. Han sido objeto de esfuerzos conscientes para su perfeccionamiento (no poca gente consagró sus esfuerzos a desarrollar estas “ciencias”) y generan una serie de métodos y técnicas (en el caso de lo mágico-religioso estas técnicas suelen ser secretas, solo accesibles a los iniciados).
Longo soluciona las inexactitudes de la definición precisando lo que entiende como conocimiento. Afirma que la finalidad de este conocimiento no es otra que descubrir las normas que rigen la realidad en la que el hombre se halla inmerso. Caracteriza este conocimiento a través de tres aspectos:
- El conocimiento debe describir la realidad, pero teniendo en cuenta que esa descripción no puede serlo sin más, sino que debe ser una explicación de lo descrito.
- La realidad objetiva debe explicarse por ella misma, sin introducir elementos o explicaciones que le sean extraños. Este requisito deja sin efecto la crítica que he realizado a la definición de Schumpeter, pues sirve para diferenciar categóricamente ciencia y mito.
La crítica del profesor relativa a la imposibilidad de delimitar la realidad objeto de estudio, que acarrea la imposibilidad de cumplir este requisito, me parece pertinente. Sin embargo, e insistiendo en la necesidad de separar el conocimiento científico de mitos, magia y demás supercherías, creo que esta exigencia debe aplicarse aunque sea en un sentido menos estricto, como guía de actuación, como una característica muy deseable a la que se debe tender.
- Por último Longo establece que el conocimiento científico es una parte de la actividad humana, separada de la praxis aunque vinculada a ella mediante la cognición. El esquema sería: actividad cognitiva – cognición e interpretación de la realidad – praxis destinada a modificar tal realidad. Como consecuencia de ello afirma que una persona no puede ser hombre de ciencia y hombre de acción al mismo tiempo, aunque si en momentos distintos. El profesor critica esta última deducción preguntándose si la ciencia no es también praxis y si es necesario alejar al científico de la política.
Coincido en la crítica y, modestamente, opino que el esquema que propone Longo adolece del mismo problema que otros muchos esquemas que se diseñan para explicar procesos complejos y abstractos. En la mayoría de ellos se recurre a la compartimentación, a la división en pasos o fases. Estos compartimientos estancos son útiles pues facilitan la visualización y comprensión del proceso, pero precisamente al restarle complejidad al fenómeno se alejan de cómo es éste en realidad. Los procesos humanos no suelen ser ordenados y simples, sino más bien lo contrario. Una persona podría pasar varias veces por la fase de interpretación de la realidad antes de decidirse a actuar, o podría incluso cubrir varias fases al mismo tiempo, generando conocimiento mientras actúa y variando al mismo tiempo su cognición de la realidad. Por ello la dicotomía hombre de ciencia-hombre de acción puede resultar engañosa.