El autor entiende por concepción del mundo una serie de principios o creencias subyacentes, inconscientes incluso, en el sujeto. Ellos se encuentran insertos en la cultura de la sociedad en que se vive y explican muchas reacciones y conductas inmediatas de los individuos. Las normas prácticas en vigor también serán coherentes con la concepción del mundo dominante, aunque dichas normas por si solas no nos permitan saber la concepción que yace tras ellas (ello se debe a su carga de ideología).
Sin embargo no es la relación entre sistema normativo y concepción del mundo la que ocupa al texto, sino la relación entre ésta y el conocimiento científico positivo.
La ciencia positiva ha ido conquistando uno tras otro la mayoría de los campos del saber tradicionalmente pertenecientes a los credos religiosos o a la filosofía apoyándose en dos características fundamentales: la intersubjetividad (todas las personas adecuadamente preparadas entienden una formulación de un mismo modo) y la capacidad de realizar previsiones con relativa exactitud. La filosofía, mediante su vertiente sistemática, pretendió durante algún tiempo transformar la concepción del mundo en un conocimiento positivo del mundo, en una ciencia real. El resultado según Engels fue “un aborto colosal”, principalmente a causa de que las cuestiones que tratan las concepciones del mundo (p.e. existencia de Dios, finitud del Universo, sentido de la vida, etc.) no son resolubles por los métodos decisorios positivos: la verificación o falsación empíricas y la argumentación analítica (deductiva o inductivo probabilística).
Sin embargo eso no quiere decir que el conocimiento positivo no favorezca más unas concepciones que otras. Una concepción acorde con el conocimiento científico estará al mismo tiempo por detrás (construyéndose al paso de la investigación) y por delante (guiando e inspirando) del mismo. Un científico que pretenda no estar sujeto a ninguna concepción corre el peligro de caer inadvertidamente bajo el influjo de la dominante en su sociedad.
Así pues, si la concepción marxista del mundo aspira a que la consciencia sea dueña de si misma, libre de factores idealizados y llegue a serlo por medio de acciones explícitas y no solo de actitudes idealistas pasivas, debe de sostenerse y fundamentarse en el conocimiento derivado de las ciencias reales. Engels rompe así con la idea de que existe un conocimiento aparte o superior al meramente científico. Más bien al contrario, incluye al pensamiento filosófico como una categoría del pensamiento científico.
La concepción marxista (o comunista) del mundo descansa en dos principios: materialismo y dialéctica (por ello también se la conoce como concepción materialista dialéctica del mundo). El materialismo se entiende como inmanentismo, es decir, las causas de un fenómeno deben buscarse en otros fenómenos, el mundo debe explicarse por si mismo y no por medio de entes ajenos o superiores. La ciencia positiva cumple con esta condición mediante su metodología analítico-reductiva, que permite prescindir de las peculiaridades cualitativas de cada caso concreto, centrándose en los factores que son comunes para buscar una explicación. Este aspecto reductivo puede ser muy extremo, llegando a perderse piezas importantes de información cualitativa.
Es ahí donde entra en juego el principio dialéctico del marxismo. La tarea de la dialéctica marxista es recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos de los que disponemos tras el análisis reductivo. Se trata de, estructurando de manera distinta los datos, entender no solo lo general sino también la situación concreta, las concreciones o totalidades concretas que, en último término, no son sino los individuos vivientes y las particulares formaciones históricas.
Sin embargo no es la relación entre sistema normativo y concepción del mundo la que ocupa al texto, sino la relación entre ésta y el conocimiento científico positivo.
La ciencia positiva ha ido conquistando uno tras otro la mayoría de los campos del saber tradicionalmente pertenecientes a los credos religiosos o a la filosofía apoyándose en dos características fundamentales: la intersubjetividad (todas las personas adecuadamente preparadas entienden una formulación de un mismo modo) y la capacidad de realizar previsiones con relativa exactitud. La filosofía, mediante su vertiente sistemática, pretendió durante algún tiempo transformar la concepción del mundo en un conocimiento positivo del mundo, en una ciencia real. El resultado según Engels fue “un aborto colosal”, principalmente a causa de que las cuestiones que tratan las concepciones del mundo (p.e. existencia de Dios, finitud del Universo, sentido de la vida, etc.) no son resolubles por los métodos decisorios positivos: la verificación o falsación empíricas y la argumentación analítica (deductiva o inductivo probabilística).
Sin embargo eso no quiere decir que el conocimiento positivo no favorezca más unas concepciones que otras. Una concepción acorde con el conocimiento científico estará al mismo tiempo por detrás (construyéndose al paso de la investigación) y por delante (guiando e inspirando) del mismo. Un científico que pretenda no estar sujeto a ninguna concepción corre el peligro de caer inadvertidamente bajo el influjo de la dominante en su sociedad.
Así pues, si la concepción marxista del mundo aspira a que la consciencia sea dueña de si misma, libre de factores idealizados y llegue a serlo por medio de acciones explícitas y no solo de actitudes idealistas pasivas, debe de sostenerse y fundamentarse en el conocimiento derivado de las ciencias reales. Engels rompe así con la idea de que existe un conocimiento aparte o superior al meramente científico. Más bien al contrario, incluye al pensamiento filosófico como una categoría del pensamiento científico.
La concepción marxista (o comunista) del mundo descansa en dos principios: materialismo y dialéctica (por ello también se la conoce como concepción materialista dialéctica del mundo). El materialismo se entiende como inmanentismo, es decir, las causas de un fenómeno deben buscarse en otros fenómenos, el mundo debe explicarse por si mismo y no por medio de entes ajenos o superiores. La ciencia positiva cumple con esta condición mediante su metodología analítico-reductiva, que permite prescindir de las peculiaridades cualitativas de cada caso concreto, centrándose en los factores que son comunes para buscar una explicación. Este aspecto reductivo puede ser muy extremo, llegando a perderse piezas importantes de información cualitativa.
Es ahí donde entra en juego el principio dialéctico del marxismo. La tarea de la dialéctica marxista es recuperar lo concreto sin hacer intervenir más datos de los que disponemos tras el análisis reductivo. Se trata de, estructurando de manera distinta los datos, entender no solo lo general sino también la situación concreta, las concreciones o totalidades concretas que, en último término, no son sino los individuos vivientes y las particulares formaciones históricas.
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