El primer capítulo de “El Capital”, que como ya se ha dicho se titula “Las mercancías”, se dedica al estudio de las relaciones de cambio desde su forma más simple: La sociedad de producción simple, una sociedad en la que cada productor posee los medios de producción que utiliza y satisface sus necesidades mediante el cambio.
Para los autores clásicos, como A. Smith, el cambio es consustancial al ser humano y genera la división del trabajo. Marx, en cambio, niega que el cambio sea parte de la naturaleza humana señalando sociedades en las que existe división del trabajo sin producción y cambio de mercancías. Así el cambio es el resultante de unas condiciones históricas determinadas. Así pues habrá dos tipos de valor asociado al cambio: Uno cuantitativo, fundado en la relación entre productos, y otro cualitativo que se debe a la relación históricamente condicionada entre productores. En este capítulo se discute el aspecto cualitativo del valor, dejando el cuantitativo para el siguiente.
Todas las mercancías poseen un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso, o utilidad, refleja una relación entre el consumidor y lo consumido, no una relación social entre personas, lo que tiene dos consecuencias. Por un lado se puede afirmar que el valor de uso es el mismo estemos en tipo de sociedad que estemos. Por otro, al no ser una relación social, queda fuera de la definición marxista de economía política, no puede ser una categoría económica (aunque si lo es para los ortodoxos).
El valor de cambio, por el contrario, si que es una relación social, o más bien la plasmación de una relación social: la existente entre los propietarios de mercancías (en la producción simple, los mismos productores) a la hora de cambiar. Así pues no es un aspecto universal de la mercancía como la utilidad, sino que precisa de la existencia de una sociedad en la que haya al menos división del trabajo y producción privada. Si a una mercancía se le extrae el valor de uso, nos queda únicamente un valor (que representa una realción social).
Igualmente el trabajo puede dividirse en dos aspectos. Por un lado está el trabajo útil, que sería el trabajo que está representado en el valor de uso del objeto producido. Pero si, al igual que antes, extraemos el trabajo útil ¿qué nos queda? El trabajo abstracto (abstracto en el sentido de que se pasan por alto las características especiales de los distintos tipos de trabajo, trabajo en general). Se trata de la reducción de todo trabajo a un común denominador, de manera que pueda ser medido, comparado o sumado para formar un conjunto social. De esta fuerza de trabajo social, susceptible de diversos usos, depende en última instancia la capacidad de producir riqueza de la sociedad.
Con todo lo anterior podemos explicar la relación entre valor y trabajo. Una mercancía es un objeto útil fabricado por una suerte especial de trabajador. Pero esa mercancía tiene algo de común con todas las demás, el hecho de absorber una parte del total de la fuerza de trabajo disponible de la sociedad. A partir de aquí va a resolver Marx el problema del valor cuantitativo (una vez más de manera muy distinta a la de los economistas ortodoxos, para los que es un mero problema de valor de cambio). Si la mercancía es la materialización del trabajo abstracto y este es mensurable, la magnitud del valor expresará la relación entre el objeto y la cantidad de tiempo total del trabajo de la sociedad empleado en producirlo.
Para terminar el capítulo, Sweezy se refiere a la doctrina del Fetichismo de la Mercancía. Con ella Marx explica como la relación básica entre hombres de la producción se percibe como una relación entre mercancías. Este fenómeno no se da cuando la producción implica una relación directa entre personas, sino cuando la producción de mercancías se halla en un punto más avanzado y los productores solo se relacionan entre sí a través del mercado. Una vez que este mercado se considera un ente en sí mismo, que actúa y decide al margen de los individuos (lo que no es cierto, pues sus movimientos son el resultado de las relaciones entre productores), la mentalidad de las gentes se ve afectada de manera sustancial. Es aquí donde nacen conceptos como el laissez faire o la Fisiocracia o donde otros propios del capitalismo (salario, renta, interés…) se convierten artificialmente en universales, como si todas las formas anteriores de producción no hubieran sido sino versiones tempranas del capitalismo, que es natural y eterno. Además todo lo anterior es la forma más práctica de evitar que los oprimidos por el sistema se den cuenta de que lo están, pues todo parece acorde a las leyes inevitables marcadas por el mercado.
Para los autores clásicos, como A. Smith, el cambio es consustancial al ser humano y genera la división del trabajo. Marx, en cambio, niega que el cambio sea parte de la naturaleza humana señalando sociedades en las que existe división del trabajo sin producción y cambio de mercancías. Así el cambio es el resultante de unas condiciones históricas determinadas. Así pues habrá dos tipos de valor asociado al cambio: Uno cuantitativo, fundado en la relación entre productos, y otro cualitativo que se debe a la relación históricamente condicionada entre productores. En este capítulo se discute el aspecto cualitativo del valor, dejando el cuantitativo para el siguiente.
Todas las mercancías poseen un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso, o utilidad, refleja una relación entre el consumidor y lo consumido, no una relación social entre personas, lo que tiene dos consecuencias. Por un lado se puede afirmar que el valor de uso es el mismo estemos en tipo de sociedad que estemos. Por otro, al no ser una relación social, queda fuera de la definición marxista de economía política, no puede ser una categoría económica (aunque si lo es para los ortodoxos).
El valor de cambio, por el contrario, si que es una relación social, o más bien la plasmación de una relación social: la existente entre los propietarios de mercancías (en la producción simple, los mismos productores) a la hora de cambiar. Así pues no es un aspecto universal de la mercancía como la utilidad, sino que precisa de la existencia de una sociedad en la que haya al menos división del trabajo y producción privada. Si a una mercancía se le extrae el valor de uso, nos queda únicamente un valor (que representa una realción social).
Igualmente el trabajo puede dividirse en dos aspectos. Por un lado está el trabajo útil, que sería el trabajo que está representado en el valor de uso del objeto producido. Pero si, al igual que antes, extraemos el trabajo útil ¿qué nos queda? El trabajo abstracto (abstracto en el sentido de que se pasan por alto las características especiales de los distintos tipos de trabajo, trabajo en general). Se trata de la reducción de todo trabajo a un común denominador, de manera que pueda ser medido, comparado o sumado para formar un conjunto social. De esta fuerza de trabajo social, susceptible de diversos usos, depende en última instancia la capacidad de producir riqueza de la sociedad.
Con todo lo anterior podemos explicar la relación entre valor y trabajo. Una mercancía es un objeto útil fabricado por una suerte especial de trabajador. Pero esa mercancía tiene algo de común con todas las demás, el hecho de absorber una parte del total de la fuerza de trabajo disponible de la sociedad. A partir de aquí va a resolver Marx el problema del valor cuantitativo (una vez más de manera muy distinta a la de los economistas ortodoxos, para los que es un mero problema de valor de cambio). Si la mercancía es la materialización del trabajo abstracto y este es mensurable, la magnitud del valor expresará la relación entre el objeto y la cantidad de tiempo total del trabajo de la sociedad empleado en producirlo.
Para terminar el capítulo, Sweezy se refiere a la doctrina del Fetichismo de la Mercancía. Con ella Marx explica como la relación básica entre hombres de la producción se percibe como una relación entre mercancías. Este fenómeno no se da cuando la producción implica una relación directa entre personas, sino cuando la producción de mercancías se halla en un punto más avanzado y los productores solo se relacionan entre sí a través del mercado. Una vez que este mercado se considera un ente en sí mismo, que actúa y decide al margen de los individuos (lo que no es cierto, pues sus movimientos son el resultado de las relaciones entre productores), la mentalidad de las gentes se ve afectada de manera sustancial. Es aquí donde nacen conceptos como el laissez faire o la Fisiocracia o donde otros propios del capitalismo (salario, renta, interés…) se convierten artificialmente en universales, como si todas las formas anteriores de producción no hubieran sido sino versiones tempranas del capitalismo, que es natural y eterno. Además todo lo anterior es la forma más práctica de evitar que los oprimidos por el sistema se den cuenta de que lo están, pues todo parece acorde a las leyes inevitables marcadas por el mercado.
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