Para el autor la sociedad no es solo un grupo de individuos. Para ser considerado una sociedad deberán existir dentro de ese grupo relaciones precisas y más o menos estables. Las ciencias sociales son aquellas que estudian dichas relaciones y, en concreto, la economía política estudia las relaciones sociales de cambio y producción.
Sin embargo, en la corriente mayoritaria u ortodoxa de la teoría económica el carácter social de la materia se evita sistemáticamente. El autor lo ejemplifica a través de los textos de Robbins, en los cuales se define la economía como “la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación”, de manera que se toma como elemento de estudio al hombre aislado. Se añade también que los resultados obtenidos son aplicables a cualquier individuo, sea cual sea la sociedad en la que se desenvuelve. Incluso son válidos para individuos fuera de cualquier sociedad, como se ilustra en el ejemplo de Robinson Crusoe. Todo ello solo es posible definiendo el sistema económico como “una serie de relaciones (…) entre hombres y bienes económicos”, es decir, sustituyendo las relaciones sociales (entre hombres) por relaciones hombre-cosa. Por supuesto es inevitable toparse en ocasiones con las relaciones sociales, pero siempre se muestra este encuentro como algo incidental, no generalizable.
Una buena muestra de lo anteriormente expuesto es la forma en que estos teóricos utilizan los conceptos económicos: los toman del lenguaje habitual, los vacían de contenido social y los aplican indistintamente a todo tipo de sistemas económicos. Un claro ejemplo sería el término “salario”. En origen designa la cantidad de dinero que, de forma periódica, paga un patrón a un asalariado a cambio de su trabajo. Algunos economistas, en cambio, han transformado su significado en “producto que es imputable a la actividad humana empeñada en un proceso productivo”, con independencia del régimen en que este proceso productivo se da. Perciben igualmente un salario el obrero fabril, el pequeño agricultor y el artesano independiente. El salario se convierte en una categoría universal.
Ese empeño, además de negar las implicaciones sociales del término, induce a pensar en el salario como productividad, solo considerando como explotación la situación en que el obrero recibe como salario menos del valor del producto físico marginal de su trabajo. El concepto se convierte así en una forma de mantenimiento del statu quo.
Por todo ello, explica el autor, no es posible partir de la “doctrina aceptada” para estudiar los problemas económicos. En su lugar, Sweezy adopta como guía la doctrina de Karl Marx, adoptando la hipótesis de que quiso decir lo que dijo en vez de intentar explicar lo que quiso decir.
Sin embargo, en la corriente mayoritaria u ortodoxa de la teoría económica el carácter social de la materia se evita sistemáticamente. El autor lo ejemplifica a través de los textos de Robbins, en los cuales se define la economía como “la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación”, de manera que se toma como elemento de estudio al hombre aislado. Se añade también que los resultados obtenidos son aplicables a cualquier individuo, sea cual sea la sociedad en la que se desenvuelve. Incluso son válidos para individuos fuera de cualquier sociedad, como se ilustra en el ejemplo de Robinson Crusoe. Todo ello solo es posible definiendo el sistema económico como “una serie de relaciones (…) entre hombres y bienes económicos”, es decir, sustituyendo las relaciones sociales (entre hombres) por relaciones hombre-cosa. Por supuesto es inevitable toparse en ocasiones con las relaciones sociales, pero siempre se muestra este encuentro como algo incidental, no generalizable.
Una buena muestra de lo anteriormente expuesto es la forma en que estos teóricos utilizan los conceptos económicos: los toman del lenguaje habitual, los vacían de contenido social y los aplican indistintamente a todo tipo de sistemas económicos. Un claro ejemplo sería el término “salario”. En origen designa la cantidad de dinero que, de forma periódica, paga un patrón a un asalariado a cambio de su trabajo. Algunos economistas, en cambio, han transformado su significado en “producto que es imputable a la actividad humana empeñada en un proceso productivo”, con independencia del régimen en que este proceso productivo se da. Perciben igualmente un salario el obrero fabril, el pequeño agricultor y el artesano independiente. El salario se convierte en una categoría universal.
Ese empeño, además de negar las implicaciones sociales del término, induce a pensar en el salario como productividad, solo considerando como explotación la situación en que el obrero recibe como salario menos del valor del producto físico marginal de su trabajo. El concepto se convierte así en una forma de mantenimiento del statu quo.
Por todo ello, explica el autor, no es posible partir de la “doctrina aceptada” para estudiar los problemas económicos. En su lugar, Sweezy adopta como guía la doctrina de Karl Marx, adoptando la hipótesis de que quiso decir lo que dijo en vez de intentar explicar lo que quiso decir.
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